jueves, 13 de abril de 2017

La otra cara de la luna II

Solo es una conocida más, su nombre no importa.

Musulmana, rebelde con las imposiciones de su cultura, dispuesta a ser una mujer occidental. Viste como le apetece, a la moda, conduce su moto como si no hubiera un mañana, cambia de novio como de vestido, fuma y bebe a escondidas de los suyos. Madre soltera a sus veintipocos años, vive con sus padres, que se encargan del pequeño, y ella realiza trabajos esporádicos que le son suficientes para cubrir sus gastos, gasolina, maquillaje, ropa nueva, móvil...

Tal vez no eligió el mejor modelo occidental de los posibles a imitar, pero no soy quien para juzgar.

Esta joven empieza una nueva relación seria e inicia una vida que podría etiquetarse de convencional. Junto con su pequeño y su nueva pareja alquilan un piso a la vez que montan un próspero negocio. Por fin una familia y un trabajo propios.

No pasa mucho tiempo en que la vida empiece a darle lecciones, a enseñarle que todo tiene un precio, que ella, la vida, no regala nada a nadie. Otra persona, tal vez hubiera atendido esas lecciones, se hubiera puesto manos a la obra para perseguir sus sueños. Ella no, a ella siempre le explicaron que había nacido para brillar, que era una princesa, que el mundo estaba a sus pies. Y por ser esa diosa con los pies en la tierra no se entristeció, más bien todo lo contrario. Se enfureció con el mundo, con su hijo, con su pareja, con sus padres. Y con esa furia, doy fe de que brillaba en sus ojos, con esa furia se dispuso a buscar como obtener de la manera más fácil todo aquello que, para ella, era suyo sin discusión.

No tardó en contactar con una asistenta social que le arregló todo lo necesario para contar con una renta fija cada mes para la manutención de su hijo, por ser madre soltera, seguramente no constaba en ninguna parte que trabajaba en su propio negocio. Enseguida fue visible el cambio, volvió a lucir a la última moda, pero no alcanzaba para grandes marcas, simplemente ropa nueva y bonita. Una princesa no merece eso y no conseguía amainar su ira con el mundo.

No sé si es que una cosa lleva a la otra, o cuál es el camino a recorrer, el caso es que muchas tardes cogía su moto y salía. Asistía a unas reuniones muy interesantes con Tomás y sus amigos.

No tardó mucho tiempo en venir un buen día a explicarnos la gran noticia de su nueva vida.
Acababa de dejar su humilde piso de alquiler en un barrio deprimido y se había mudado a la zona más moderna de la ciudad. Ahora vivía e un precioso dúplex con piscina y lo mejor de todo ¡Gratis!
Todos los que escuchamos aquello no pudimos menos que interrogarla, y no escatimó en detalles. Sus amigos le habían dado la dirección, le buscaron a alguien que abriera la puerta y cambiara la cerradura y todo listo. No tenía nada de qué preocuparse, con muy mala suerte en los dos próximos años, pero en su caso podría disfrutar, casi con seguridad, mucho más tiempo ya que era un piso de un banco y era muy posible que tardaran mucho tiempo en reclamar. Según sus consejeros su única preocupación consistía en estar atenta y no separarse de su hijo, y cuando aparecieran las autoridades abrirles la puerta con el pequeño en sus brazos, con eso sería suficiente para certificar de manera oficial su flamante estatus de ocupa por necesidad. Y así lo hizo, y una vez recibida la certificación oficial de su estado de precariedad se abrían ante si un sin fin de oportunidades de vivir a todo tren sin mover un dedo.

Los que escuchamos aquel relato aguantamos como pudimos toda su alegre y feliz verborrea, tragando la indignación que crecía por momentos, incluso nos llamó idiotas por pagar alquiler o hipoteca cuando la vivienda era un derecho y la podríamos tener gratis igual que ella. ¿Os suena el discurso?

Esta joven, cuando inició su periplo de "buscarse la vida", no tenía necesidades reales más allá de sus ambiciones. Hoy por hoy, dejó de trabajar, conduce un buen coche, la tele de plasma de su salón ocupa es de dimensiones gigantescas, viaja con frecuencia al país de origen de sus padres. Y si, vuelve a lucir las ropas de marca que tanto añoraba y que la llevaron a agudizar su ingenio.

Actualmente, y ya ha transcurrido aproximadamente un año, no mantiene contacto con los amigos que iluminaron su camino, no los necesita, pero si llegará el caso sabe donde encontrarlos. Tal vez los busque de nuevo en un futuro próximo, cuando por fin la desalojen sin mas consecuencias y deba encontrar una nueva vivienda, con las mismas fantásticas condiciones, que le permitan mantener su nivel de vida.

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